LA ALHAMBRA: ENTRE LA REALIDAD Y EL ENSUEÑO

 

Cada vez que cojo la cámara y me dispongo a visitar  la Alhambra, soy consciente de que voy a vivir una experiencia única e irrepetible. Nunca una visita se parece a otra, porque esta ciudad palatina cambia y se trasforma permanentemente como un ente dotado de vida propia. Sé que la luz, los olores, el rumor del agua, la propia arquitectura y su juego de espacios, no serán igual a como las captaron mis ojos o el objetivo de la cámara, la última vez que la recorrí. Y es que a la Alhambra se va como a un viaje  a lo desconocido en el que constantemente debemos dilucidar entre lo real y lo imaginario; entre lo concreto y lo utópico.

La arquitectura árabe islámica se sitúa desde un primer momento en esa frontera difusa entre la realidad y el ensueño. La literatura árabe está plagada de descripciones de arquitecturas fantásticas aplicadas unas veces a la realidad y otras a sueños creados por el lenguaje humano. En ambos casos es descrita en términos que sobrepasan la experiencia común de los sentidos o es diseñada como espacios dedicados al goce y al placer.

En el caso de la Alhambra de Granada, como obra del poder real, la arquitectura puede considerarse situada en la utopía y extrae de ésta sus materiales de significación. En ella se dan una serie de elementos representativos y simbólicos que reproducen y crean a su vez un amplio despliegue de espacios y convenciones constructivas plagadas de conceptos utópicos del mundo y de la arquitectura como la representación del paraíso.

Como juego de espacios, la arquitectura de la Alhambra se presenta como una separación radical  de formas de vida: las murallas aíslan  el interior del resto del espacio ciudadano y crean ámbitos vueltos hacia sí mismos. Su carácter de isla lo acentúa su ubicación en lo alto de la colina de la Sabika, a flote sobre la ciudad de Granada. Como juego de tiempos, su trazado arquitectónico plantea la separación del tiempo histórico y marca un “tempo” ideal, sagrado, eternamente idéntico a sí mismo. Lo temporal y lo espacial se funden en una unidad particular que ordena la arquitectura del monumento nazarí. En el interior reside, imaginariamente, el tiempo no histórico, casi sagrado y edénico, mientras que en el exterior estamos en el ámbito de la historia, de lo imperfecto y de la muerte. En altura, el tiempo sublime está más cerca de la cúpula y de lo divino que del suelo, donde vive y camina el hombre.

Son muchas las formas en que podemos acercarnos a este monumento: admirando su arquitectura, su urbanismo, las fortalezas, la belleza de sus palacios, las intrincadas yeserías, la infinita geometría de sus mosaicos, la epigrafía de sus muros que la convierten en el libro de poemas más bellamente editado. Pero si hay un arquetipo utópico, que trasciende todo lo demás y subyace en el origen de toda su construcción, es el de la recreación del paraíso, en este caso, el de paraíso islámico en varias de sus modalidades imaginarias y la recreación de su elemento primordial: el agua.

En los palacios de Comares, Leones, Partal y el Generalife se dan las principales imágenes del paraíso que inspiraran la arquitectura. En ellos se encuentran las tipologías de patio-jardín o palacio-jardín presentes en la Alhambra. Unos representan las modalidades de jardín-paraíso persa y otros, como los jardines del Generalife, recrean la tipología de jardín islámico con la visión coránica del paraíso, diferente a la concepción irania, donde se mezclan altos árboles que producen abundante sombra, con ríos y arroyos que los recorren por debajo.

Al entrar en el Patio de los Arrayanes lo primero que se produce es un gran deslumbramiento al ver la gran variedad de posibilidades estéticas que presenta en el jardín islámico, la alberca.  Ella crea una íntima fusión entre arquitectura y jardín para que éste se refleje en sus aguas. Aquí el agua no es sólo agua, es espejo y la alberca en el patio no es sólo alberca, es el mundo al revés: el de los sueños. La arquitectura que la ciñe se refleja en ella, la usa como espejo y aparenta palacios de cristal. En su azogue la solidez y el peso de las cosas se hacen más inciertos, se diluyen las formas reflejadas.

También es posible atribuirle el poder de producir en la arquitectura efectos visuales que rompen las fronteras entre lo real y lo imaginario en función de las variaciones de la luz y el viento sobre la lámina de agua. Para el estudioso C. Kugel, la finalidad estética de la alberca es obtener, mediante el reflejo de los pórticos decorados, lo que él denominó “alfombras efímeras” o líquidas  que prolongan en el exterior la rica ornamentación de los interiores.

Si el Patio de los Arrayanes es grandiosidad y espacio abierto, el Patio de los Leones es intimidad, oasis limitando el orbe del patio. En él se da una de las modalidades de jardín islámico más características de la tradición persa, el formado por dos canales principales rectilíneos que se cortan en un punto central donde solía situarse una columna con un manantial de donde brotaba el agua, en este caso es la fuente con los doce leones que da nombre al patio. El agua es, una vez más, uno de los factores principales de la estética del Palacio de los Leones. Frente a la posición estática del Patio de los Arrayanes, aquí aparece en movimiento fluido, continuo y se convierte en monumento: mana de un surtidor central, pasa hasta los leones, que la expulsan por la boca, y cae al suelo.

La taza de la fuente, obra del siglo XIV, está decorada con una larga inscripción del poeta Ibn Zamrak en la que le da al agua una categoría pétrea imaginada como monumento esculpido. Esta fuente también puede verse como la representación del Mar de Bronce del Templo de Jerusalén construido por Salomón, de tanta tradición en la cultura medieval judía y musulmana. El agua es la protagonista de este gran ámbito arquitectónico, posee unas connotaciones totalizantes, cósmicas: relaciona todos los espacios del jardín-paraíso  no sólo en la superficie sino que brota del centro de la tierra y se dirige hacia lo alto. Como elemento extraído de la naturaleza, se hace partícipe de la obra de arte y es sometida a un fuerte proceso de racionalización.

Más adelante, están los jardines del Generalife, íntimamente ligados a la gestión del agua y al origen de la Acequia Real de la Alhambra, creada por el primer rey nazarí. Si  en el Patio de los Arrayanes disfrutábamos de un jardín de reflejos y en el de los Leones de un jardín de mármol, en el Generalife nos encontramos con un verdadero jardín vegetal lleno de un entramado de albercas, aljibes y pozos, en donde el Patio de la Acequia o de la Ría es su exponente más destacado. Se trata de un espacio alargado, cruzado en su eje mayor por la Acequia Real o del Sultán que lo configura como un patio de crucero con cuatro parterres y una glorieta en el eje central. Se ha dicho que este patio es el más antiguo jardín de occidente y los surtidores de agua que lo han hecho famoso hunden sus raíces en los viejos caños medievales incrustados en los muros de la acequia para irrigar los prados floridos que la bordeaban.

Pero ningún paseo por los caminos del agua de la Alhambra puede terminar sin recorrer la Escalera del Agua que es uno de los elementos más singulares y celebrados del Generalife. Distribuida en cuatro tramos con tres mesetas intermedias, la escalera va ascendiendo bajo una bóveda de laureles, entre muros sobre los que fluyen sendos canales con agua, creando con su rumor un ambiente de sosiego y meditación. Esta escalera con barandales de agua debía denominarse “de los poetas” pues es innumerable la lista de nombres de los que han escrito o se han inspirado en este mágico lugar. Dijo de ella Juan Ramón Jiménez “El agua me envolvía con rumores de color y fresco sumo, cerca y lejos, desde todo los causes, todos los chorros y todos los manantiales (…) Y aquella música del agua la oía yo más cada vez y menos al mismo tiempo, menos porque ya no era esterna sino íntima, mía; el agua era mi sangre, mi vida, y yo oía la música de mi vida y mi sangre en el agua que corría”

Y con estas palabras en los labios me dispongo a abandonar la ciudad sagrada para regresar a la Granada mortal e imperfecta de los hombres. Sé que llevo en mi cámara algunas imágenes que nunca podré repetir, porque al retomar el sendero de los bosques comprendo que los jardines, los palacios, el agua que discurre ya habrán cambiado para siempre: será la Alhambra de esta tarde y otras infinitas y distintas que volverán a sorprenderme una y otra vez cuando  me decida volver a subir al paraíso.

© 2016 Flavia Falquez